«Lo único bueno de equivocarse es la alegría que provoca en los demás» (anónimo)
Personalmente, estoy acostumbrada a trabajar en equipo y, en ocasiones, los textos en los que trabajo ya han pasado por un primer corrector cuando llegan a mis manos. Casi siempre, después de mí, al menos una persona más revisa mi trabajo para asegurarse de que no he obviado ningún error. A veces, incluso tienen lugar dos rondas más de correcciones, sobre todo en el caso de textos científicos. La verdad es que con estos últimos, toda precaución es poca: no es lo mismo tomar 15 ml de un jarabe que 75 ml. En estos casos especialmente me siento bajo mucha presión. No solamente intento hacer bien mi trabajo por obligación profesional, también mi conciencia está alerta de la importancia de detectar cualquier error por más imperceptible que parezca.
Sin embargo, a veces, por muy concentrado que estés en la lectura del texto, por muchas veces que lo leas y que lo compares con el original, no ves todos los errores que ya han cometido los que han trabajo en el texto antes que tú. Es materialmente imposible no equivocarse nunca al corregir ningún texto. Y punto. Igual que es imposible no equivocarse nunca al cocinar, al conducir, al hablar... A nadie le gusta equivocarse, y al colectivo corrector, si cabe, todavía menos. Cometer errores contradice nuestra función profesional, que justamente consiste en corregir las equivocaciones de los demás. No obstante, me indigna que nos exijan ser las maquinitas que detectan todos y cada uno de los errores que ya han cometido otros lingüistas que han trabajado en un archivo antes que nosotros, y que por supuesto, tienen todo el derecho a equivocarse también, faltaría más... ¡Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra!
Me considero una buena profesional: soy perfeccionista, me esfuerzo cada día por mejorar en mi trabajo, pero, desde luego, no soy ni Dios ni una CAT tool con glosario integrado. Soy simplemente humana. Y los humanos, precisamente, nos diferenciamos de las máquinas en varias cosas: tenemos sentimientos, somos imperfectos, no siempre somos tan eficientes como ellas pero, sin embargo, tenemos la capacidad de enmendar nuestros errores y mejorar. Por algo somos supuestamente seres inteligentes. Y por algo, los programas de traducción asistida son solo eso, una ayuda para el lingüista, no un sustituto. Porque incluso las máquinas se equivocan (para muestra, las problemáticas fuzzy matches). Y si una máquina se equivoca: ¿cómo se puede esperar que el imperfecto ser humano corrector no lo haga?
La verdad es que aunque esta industria de la traducción está integrada por profesionales humanos, ¿no pensáis que, en general, se actúa de manera bastante deshumanizada? Estamos acostumbrados a señalar los errores de los demás, y esto va por mí la primera, pero no nos paramos a pensar que, a veces, es también necesario destacar lo que los otros hacen bien por encima de los errores cometidos. Todos necesitamos que nos digan lo que hacemos mal para mejorar, por supuesto, pero también necesitamos oír lo que hacemos bien para reforzarlo y continuar trabajando en superarnos día a día, para sentirnos más seguros de nosotros mismos, para que trabajemos mejor, en definitiva, para seguir creciendo como profesionales y estar lo más motivados posible en nuestro trabajo.
Seguro que todos los que trabajáis como correctores habéis salvado numerosos documentos del desastre. Y seguro que habéis hecho muchas más cosas bien que mal. Pero, ¿no os da la sensación de que cada vez que cometéis un error, pesa más este que todos los que habéis solucionado? Es como si todo lo que habéis hecho bien se borrara de un plumazo. A mí me pasa a menudo, incluso llevando años ya trabajando en esto, y corrigiendo muchísimos textos a diario, todavía hoy me sigue afectando el hecho de equivocarme. Y justamente por eso me he decidido a compartir este sentimiento con vosotros, porque estoy segura de que no soy la única persona que se siente así.
Quería deciros que es vital que creamos en nosotros mismos como profesionales, a pesar de los errores que podamos cometer y de las dificultades que podamos enfrentar; aunque no nos reconozcan cuando hacemos un buen trabajo y por mucho que se dediquen únicamente a señalar lo que hacemos mal, debemos tener claro que el mejor corrector del mundo cometería errores alguna vez y que estos no deben servirnos para hundirnos, sino para reforzarnos y recordarnos que nuestro trabajo todavía puede ser mejor. Si incluso a nosotros se nos pasa inadvertido algún error, ¡imaginaos qué ocurriría si no existiéramos!
Porque, en definitiva, quien tiene boca se equivoca y quien corrige, también :)